viernes, 17 de junio de 2016

En el silencio de los puntos suspensivos -Mª Carmen Azkona-


Donde en el pequeño corazón de una ilusión, una nostalgia, un relato corto, una vivencia, una... ¿Quién sabe? Seguramente el lector se vera identificado dentro de cualquiera de sus relatos, que con todo el cariño y humildad, Mari Carmen Azkona intenta trasmitir y compartir.

Una pequeña muestra dentro de un universo: 

EL ESPEJO

«Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa»
……………………………………………....……(Pascal Quignard)

El espejo


Ha comenzado a llover en Varsovia. Los edificios del gueto judío se proyectan en los charcos acrecentando la sensación de abandono  y suciedad. Desde la ventana de un edifico de la calle Sienna, Ishmael mira por encima del muro coronado de alambradas que le separa del resto de la ciudad. Empuja su alma más allá de la cerca, inventando pasos imaginarios hacia esa otra ciudad, invisible que solo existe en su recuerdo. Y la llena de rostros, manos... de vidas que ya no existen, pero que él afirma con su presencia. Allí están sus padres, su hermana pequeña Judith, su familia... y también su mejor amigo, Aarón.

—Ishmael, ven a desayunar. Es hora de ir al colegio.


La voz de su tía Hannah le saca de sus ensoñaciones. Ishmael termina de vestirse, abre el cajón de una cómoda vieja y deslucida, saca un brazalete con la estrella de David, y se dirige al comedor. Sobre la mesa está preparado el desayuno: un tazón de leche y un bollo de pan seco. Ishmael da un beso a su tía y se sienta a desayunar en silencio. Desde la habitación contigua llegan los acordes del Preludio Nº 1 de Bach, la pieza favorita de su abuelo y la que le consagró como concertista cuando era reconocido y alabado, incluso, por los que ahora le dan la espalda. Ishmael se levanta. Abre la puerta con cuidado, pues no quiere molestar a su abuelo, pero el sonido de los goznes delata su presencia.


Buenos días, pequeño.
—Hola abuelito…
—¿Quieres tocar un poco el chelo?
—Claro, sí... -dice Ishmael sonriendo.


El chelo es casi tan grande como el niño y parece mentira que pueda sostenerlo. Sin embargo, de pie, sujetándolo con su cuerpo, comienza a tocar, pulsando directamente las cuerdas con los dedos, un pizzicato. El abuelo asiente con cada pulsación, y, una vez finalizada la pieza, le da el arco.


Y ahora, Ishmael, escucha la música. Piensa que la música es como un espejo. Solo si sabes escuchar, incluso el silencio final sostenido en el aire, serás capaz de traspasarlo.


Ishmael comienza mover una mano de arriba abajo del diapasón, mientras, con la otra, mueve el arco con una destreza increíble para un niño de su edad. En ese momento, Hannah irrumpe asustada.


Padre, los soldados... Están entrando en la casa, sacando a los vecinos a la calle…


Hannah no tiene tiempo de terminar la frase. De un golpe los soldados derriban la puerta y entran en la vivienda. El odio que desprenden golpea todo lo que encuentra a su paso: cuadros, muebles, fotos… Un soldado, apenas un adolescente, empuja al abuelo con violencia y le tira al suelo. Hannah intenta protestar, pero su voz se quiebra y se hace añicos. En la calle, junto al resto de los vecinos, les obligan a montar en un camión y les llevan a un apeadero en el que esperan dos trenes, uno para los hombres y otro para las mujeres y los niños.


—Abuelito, no quiero separarme de ti…
—Ishmael, prométeme que pase lo que pase intentarás resistir. No te preocupes por mí, yo sobreviviré, porque la música siempre sobrevive… además, a esas fieras sin corazón, les gusta escucharla. Volveremos a estar juntos.
—Pero no llevas el chelo, lo necesitarás… voy a buscarlo.


Ihsmael no oye las palabras del abuelo intentando evitar que lo haga. Milagrosamente, sortea la vigilancia de los soldados, llega a casa y coge el chelo. Ata un cinturón al diapasón y se lo cuelga a la espalda. Al salir del portal ve que, de nuevo, se acercan los soldados. Se esconde en un viejo almacén y no se atreve a salir hasta que no escucha ningún ruido fuera. Casi ha anochecido cuando cruza las calles lo más rápidamente que puede. Cuando finalmente logra llegar al andén los trenes han partido hacia su destino. Ishmael, desolado, no sabe qué hacer. Entonces recuerda las últimas palabras de su abuelo. “Yo sobreviviré, porque la música siempre sobrevive”


Ishmael, decidido a entregar el chelo a su abuelo, comienza a caminar siguiendo la línea de las vías del tren.

Falta media hora para que comience la nueva temporada de la orquesta sinfónica de Varsovia, con el estreno de una nueva sinfonía titulada “El espejo”. El auditorio del Teatro Nacional está lleno. El público irrumpe en aplausos cuando entra en escena el autor de la composición que, además, será el que ejecute el solo de violonchelo. Ishmael Katz se sienta en el centro del escenario y observa a un hombre con la carga física de los muchos años de su existencia sentado en la primera fila, y que mira al vacío como si estuviera ausente. Las notas, poco a poco, se adueñan del espacio y parecen sacar al anciano de la nada en la que habita desde que, pese a todo, pudo sobrevivir al horror del exterminio. Ishmael le mira y siente que esboza una leve sonrisa. 

Mª Carmen Azkona